Jennifer Bell

"El Crítico de Arte" retrato de un hombre trajeado delante de los cactus

2025

Desde el verano de 2004 vivo en el sur de Italia, en la región de Apulia, provincia de Bari, en una ciudad llamada Altamura. Un proyecto de restauración de dos semanas de la Masseria Jesce me trajo aquí. Mi plan después de aquello era montar un atelier en París y pasarme los días pintando las bonitas y alargadas narices de los parisinos. Dos semanas era todo lo que pensaba estar en Altamura. Me atrae como el amor este campo donde vivo ahora. Los olivos se entretejen en las colinas de color ocre que se extienden desde Altamura. La vista es un tapiz de hilos de plata y azafrán, una paleta de los sutiles matices de un fresco descolorido. El aire está perfumado por los tomates que se secan al sol y los jugos fermentados que se exprimen de las uvas carnosas. Bajo un cielo azul lapislázuli, la planta "ferula", de aspecto prehistórico, se despliega en las llanuras como una congregación de nómadas que atraviesan un desierto. Siento que este campo ha luchado por sobrevivir. La tierra es cruda, brutalmente honesta y tan apasionada como las obras de Van Gogh. Los habitantes de Altamura son trabajadores incansables y guardianes de las tradiciones. Me atrae su vitalidad y su espíritu apasionado. Me intrigan sus ojos oscuros de ébano, sus perfiles antiguos, su piel bellamente curtida y sus manos cinceladas en piedra. Un sutil color caramelo satura mis lienzos mientras pinto a los muy viejos y a los muy jóvenes: ¡Il Viaggio dela Vita! La familia de mi madre emigró del norte de Italia a principios del siglo XIX. Cuando llegaron a Canadá, bastaron tres generaciones para que las historias de mi familia se desvanecieran y la lengua se perdiera. Aquí estoy descubriendo la tierra que sembró mi familia. Mi Nonna (abuela) estaría encantada de saber que soy feliz aquí experimentando Italia y aprendiendo su lengua materna.